¿Qué diablos es el agua?


Ainoa fue a visitar a su abuela. Hacía mucho tiempo que no la veía. Aquella tarde había decidido visitarla porque ninguna de sus amigas podía quedar.

Su abuela tenía una sorpresa para ella: le había preparado una tarta de manzana, su favorita. En cuanto Ainoa la vio, antes de probarla, comenzó a hacerle fotos. Hizo una, luego otra, otra más… y cuando al fin consiguió hacer la foto que creía suficientemente buena, la subió a las redes sociales.

La abuela contemplaba a Ainoa paciente y también extrañada. No entendía estos tiempos modernos de móviles y tecnologías adictivas. No es que a la abuela no le gustasen las fotografías, le encantaban. Pero antes todo era distinto. No se hacían las fotos compulsivamente ni para complacer a otros. Antes, cuando hacías fotografías, las hacías sobre todo para ti, como recuerdo. Por eso las guardabas en un álbum de fotos que tan solo veías tú, tu familia y tus amigos más íntimos. Ahora, parecía como si cada cosa que hicieras la tuvieses que fotografiar y compartirla con muchas personas, cuantas más mejor y casi por obligación.

Cuando Ainoa al fin probó la tarta exclamó con alegría:

―¡Qué rica abuela!

La abuela sonrió. Pero ¿estaba su nieta realmente disfrutando del sabor de la tarta? Tenía la impresión de que no la estaba saboreando verdaderamente, porque Ainoa no paraba de mirar el móvil.

―¡Nadie me da likes!¡Con lo bien que ha quedado la foto! Mira abuela, ¿a que está chula? ―le preguntó impaciente.

La abuela miró la foto con atención y asintió. ¡Qué nerviosa estaba su nieta! ¡Todo el tiempo pendiente del móvil! Antes no eran así las cosas. No señor. Cada cosa que hacías la vivías con mayor intensidad porque no estabas pendiente de que nadie aprobase nada. Ahora todo parecía necesitar la aprobación de los demás.

Ainoa dejaba el móvil a veces sobre la mesa, pero no tardaba en sonar y su nieta inmediatamente volvía a cogerlo y clavaba la mirada en la pantalla. El móvil acaparaba toda su atención.

Cuando Ainoa terminó la tarta, la abuela le mostró las flores de su terraza.

―¡Qué bonitas! ―exclamó Ainoa que no tardó en comenzar a fotografiarlas. También se hizo selfies junto a su abuela, con las flores de fondo.

―¡Estas si que van a gustar!¡Ya verás! ―exclamó entusiasmada y se sentó en el suelo de la terraza sin apartar su mirada del móvil.

La abuela se sentó en el sofá del salón, cerca de la terraza, y comenzó a coser. De cuando en cuando observaba a su nieta y seguía sin entender como podía estar tanto tiempo con aquel cacharro. ¿Seguiría pendiente todo el tiempo de saber a cuántas personas les gustaban las fotografías? Parecía que sí.

Cuando comenzó a oscurecer, Ainoa entró en el salón y se dispuso a despedirse de su abuela. Pero esta le pidió que esperase y, tras encender la luz de la terraza, le pidió a su nieta que eligiese la flor que más le gustase. Ainoa las miró unos instantes, e indecisa, le indicó a su abuela que escogiese por ella. La abuela cortó una preciosa rosa amarilla, la única rosa de ese color que había en la terraza y que Ainoa ni había visto.

La joven le dio las gracias a su abuela y tras darle un beso se marchó. Cuando llegó a su casa, puso la rosa en un jarrón con agua y se preguntó algo: <<¿Cómo puede ser que con todas las fotos que hecho en la terraza de la abuela, no haya visto esta rosa amarilla?>>. Sin duda, era la más bonita de todas. Revisó las fotos que había tomado, pero precisamente, aquella rosa no aparecía en ninguna.

Ainoa sintió que con su manera de actuar se estaba perdiendo cosas, cosas importantes. Y, en ese momento, recordó la historia que les contó su profesora en clase: “Dos peces jóvenes van nadando y se encuentran con un pez más viejo que nada en dirección contraria, éste los saluda y dice: buenos días chicos, ¿qué tal el agua? Los peces jóvenes siguen nadando hasta que uno mira al otro y pregunta: ¿qué diablos es el agua?”*. Les contó esta historia para advertirles que con tanta tecnología la mayoría de los jóvenes de hoy vivían superficialmente sin disfrutar de las cosas ni valorarlas. Casi nadie la entendió y algunos alumnos incluso se rieron de sus palabras. Pero, ¿y si su profesora tenía razón?

Entonces Ainoa pensó en su abuela, a quien hacía tiempo que no veía. Ella le había preparado una deliciosa tarta y le había regalado una preciosa rosa. Sin embargo, ¿cómo se lo había agradecido? ¡Estando pendiente del móvil todo el tiempo!

Ainoa quiso llamar a su abuela por teléfono para disculparse, pero ya era tarde. Así que decidió en ese mismo instante que, a partir de aquel día, la visitaría más a menudo y le dedicaría su tiempo. Y así lo hizo, y, por supuesto, cada vez que iba a ver a su abuela dejaba el móvil en el bolso silenciado.

*Nota: el autor de esta pequeña y didáctica historia es el escritor David Foster Wallace.

¡¡¡ RETO !!! Esta vez os propongo escribir un relato a partir de noticias que os llamen la atención. 

Para crear la historia que acabáis de leer me inspiré en estas dos noticias: 

https://www.elmundo.es/cataluna/2019/03/15/5c8be24b21efa02d018b45ab.html

https://verne.elpais.com/verne/2015/09/22/articulo/1442920296_941568.html

Además, el personaje de la abuela está inspirado en la película coreana Sang Woo y su abuela (The Way Home), si no la habéis visto, os la recomiendo. Es una película preciosa llena de sensibilidad y de amor.  

Comentarios

  1. Hola muy buen relato con una gran enseñanza. Me ha encantado lo de los peces y el agua. Saludos.

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    1. ¡Hola Ana! me alegro mucho de que te haya gustado. Sí, está muy bien la pequeña historia de los peces y el agua. Gracias y saludos!! 😃

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  2. Bueno, yo creo que antes éramos igual de gilipollas que Ainoa, solo que como no había redes sociales, no teníamos ocasión de demostrarlo.

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    1. Sí, a veces queremos estar a mil cosas a la vez, y al final ni disfrutamos nosotr@s ni los que nos rodean. Saludos!!

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