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Mostrando entradas de noviembre, 2021

El monje y la ninfa

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  El monje caminaba por el bosque. Una hermosa melodía llegó a sus oídos y, se dirigió hacia ella, descubriendo bajo la sombra de un árbol a una ninfa tocando la lira. El monje, alarmado, se dispuso a alejarse, y entonces la ninfa dejó de tocar y le preguntó: ―¿Por qué no sigues disfrutando de mi música? Escúchame y mírame no con la mente, sino con el corazón. El monje se acercó despacio a ella y la ninfa comenzó a tocar la lira de nuevo. Y así es como comenzó una hermosa amistad entre los dos. ¡¡¡RETO!!!  con este microrrelato participo en la original iniciativa de  Lídia Castro Navàs.  Estas son las condiciones para el reto de noviembre: Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la carta. En tu creación debe aparecer el objeto del dado: Lira . Podéis encontrar más información en  Escribir Jugando del Blog de Lídia. 

Señales

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  " Los árboles son los esfuerzos de la tierra para hablar con el cielo que escucha ". Rabindranath Tagore Estaba haciendo la compra en el supermercado cuando me dirigí a la sección de frutería para comprar manzanas. Allí había un señor mayor. El espacio era muy reducido de modo que tenía que esperar a que el señor se fuese para poder acceder. Pero él no tenía ninguna prisa. Cogía una manzana, la miraba un rato y la dejaba en su sitio. Luego cogía otra y también la dejaba sobre las demás, y así una y otra vez. Dada su parsimonia pensé impaciente que sería mejor ir a por otro producto y que ya iría más tarde a coger las manzanas. Pero cuando me iba a dar la vuelta vi cómo cayeron y rodaron cinco manzanas por el suelo. Miré al hombre y observé que se agachaba con dificultad para coger una de ellas. Le ayudé a recogerlas y el hombre exclamó: ―¡Gracias hijo! ―No es nada ―le dije. El anciano abrió una bolsa que llevaba y puso la manzana que había cogido dentro. Seguidamente me p

La limosna

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  Le acababan de robar el bolso. En él lo llevaba todo: la cartera, las llaves, el móvil... Estaba lejos de su casa, por lo que para volver necesitaba que alguien le diese dinero para el transporte. Por eso, comenzó a pedir ayuda a la gente que pasaba por la calle, pero no recibía más que miradas cargadas de desconfianza. Cuando estaba al borde de la desesperación, la joven vio a un hombre sin hogar que estaba sentado en el suelo haciéndole un ademán para que se acercara. Se trataba de un anciano. La muchacha pensó que quería pedirle limosna, así que se dio media vuelta y se dispuso a alejarse de él para continuar buscando a alguien que pudiese ayudarla. De pronto oyó una voz que le decía: ―¡Oye joven! ¡No te vayas, espera! La muchacha se giró sorprendida. Se trataba del mendigo. Observó como el hombre se puso en pie con cierta dificultad y dio unos pasos hacia ella. ―Te he oído decir que te han robado. Toma ―el anciano abrió su mano ofreciéndole varias monedas. La muchacha se quedó es

Entre la vida y la muerte

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  Hay quien dice que soy real y hay quien afirma que solo soy una invención. Puede que sea ambas cosas a la vez, porque en ocasiones me siento vivo y en otras, muerto. Me siento vivo en las manecillas de un reloj, en el cantar de un cuco, en la impaciencia de quien espera, en quien consulta la hora. Me siento muerto en el monje que medita, en la flor que vive ajena a mí, en la trabajadora hormiga que nunca mira ningún reloj, en la montaña, en el río o en quien se olvida de mí.     Pero de lo que quiero hablar es de lo que me ocurrió cuando ese excéntrico pintor tuvo el atrevimiento de pintar esos relojes blandos, inconsistentes, derritiéndose como si fueran de mantequilla. Cuando acabó su obra, enseguida me di cuenta de que veía todo de manera más real, más nítida. Perplejo, descubrí que sobre mi cabeza había un reloj de arena y vi como los granos iban cayendo. ¡Aquel cuadro me hizo darme cuenta de que también existía el tiempo para mí! Nunca hasta entonces había pensado en ell