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Tarta de fresas con nata

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  Imagen tomada de pequerecetas.com Tenía una misión: hacer una tarta de fresas con nata para el cumpleaños de mi hermana pequeña. Y, a la vez, tenía un grave problema: apenas sabía cocinar y nunca antes había hecho una tarta. En fin, ¿que cómo me comprometí a hacer la dichosa tarta? Pues de la forma más tonta que cabe imaginar. Yo había quedado a merendar con mi novio Nando, con el que llevaba saliendo exactamente un mes y cuatro días. Sin embargo, esta vez tendría que ir con mi hermana puesto que nuestros padres se habían ido de viaje de negocios durante dos semanas.   Siempre me sentía muy bien con Nando y todas nuestras citas habían ido de maravilla así que deseé con todas mis fuerzas que esta vez nos fuera igual de bien. Pero tenía miedo de que Sofía lo echara todo a perder, porque a ella le encantaba criticarme en cuanto tenía la ocasión y eso me sacaba de mis casillas.   En cuanto mi hermana me vio arreglándome me preguntó: ― ¿Vas a quedar con tu novio? ― Sí, y tú vas

Soledad

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  Imagen de  Vanesa  en  Pixabay Recuerdo el primer día que desperté en la oscuridad sin ti. No podía creer que ya no estuvieses conmigo. Ya nunca me protegerías del mal, de las pesadillas, de mí misma. Simplemente te marchaste sin ni siquiera despedirte. El dolor era insoportable. Para sobrellevarlo, llegué a pensar que, quizás, tu presencia en mi vida tan solo fue una ilusión. Pero esta noche es diferente. He dejado la oscuridad a un lado y, asomada a la ventana, escribo estas palabras en un trozo de papel. Bajo la mirada luminosa y atenta de la luna llena, no me siento tan sola. Ella me hace compañía, incluso siento que me ama y que siempre estará ahí. No como tú que, de repente, te desvaneciste. ¡No! ¡No puede ser! Ahora mismo estoy viendo algo que me está dejando sin aliento. Mi corazón palpita con fuerza. No sé cómo, pero puedo ver tu sombra en la luna . ¿Acaso me dejaste a mí para irte con ella? ¿Es a ella a quien amas? Me has arrebatado todo. Incluso la compañía de la luna

Amor verdadero

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  Imagen de  Brigitte Werner  en  Pixabay Íbamos Miguel y yo cogidos de la mano a la feria del pueblo. A él le encantaba y a mí, la verdad, me aburría soberanamente. De hecho, me agobiaba el bullicio de la multitud, no conseguía digerir la comida basura de los tenderetes y no podía subirme a las atracciones porque me mareaba.   En cambio, Miguel disfrutaba muchísimo, especialmente con las atracciones a las que subía una y otra vez. Y yo, que pretendía no ser egoísta, hacía el gran esfuerzo de sentirme feliz por él. Incluso le guardaba la cola de la siguiente atracción a la que quería subirse para que perdiera el menor tiempo posible esperando. Aunque he de decir que no salió de mí aquella idea, sino que él me lo “pidió”, o más bien, hablando con propiedad, me lo ordenó expresamente. Y como nunca le negaba nada ahí estaba yo, sola, esperando en la cola de la noria.   En la feria no había nada que hubiera llamado mi atención, hasta que de repente, a pocos pasos de mí, vi una caseta p

Nueva realidad

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Cuando desperté no podía creer dónde me encontraba. Estaba sobre un jergón en un pequeño cuarto provisto de una ventana. A través de esta pude ver las ramas de un árbol con sus hojas ovaladas y sus flores de color blanco.   Me puse en pie y me asomé por la ventana. Al mirar hacia abajo, me desconcertó descubrir que el lugar en el que me hallaba estaba situado sobre las ramas del árbol. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Me agarré la cabeza con ambas manos rebuscando en ella alguna explicación coherente. Pero lo único que encontré fue el recuerdo de mi piso de la gran ciudad rodeada de edificios grises, asfalto y polución. Como un destello en la oscuridad, apareció otro recuerdo. Estaba sentada en mi sofá leyendo un libro. Sí, lo recordé perfectamente. Era un precioso libro ilustrado que trataba sobre una niña que vivía en una casita sobre un árbol. Entonces me quedé perpleja al descubrir que mi cuerpo ya no era el de una mujer sino el de una niña y que mi cabello corto, li

El reloj mágico

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  Carta :   Dixit . Dado:  Story cubes . Ania abrió su reloj de bolsillo. Las manecillas habían desaparecido y en el interior de la pequeña tapa pudo ver el firmamento estrellado. Sabía que tan solo tenía que tocar aquella imagen para viajar por el universo. Preparó un hatillo pensando en que al fin tocaría las estrellas con las yemas de los dedos y charlaría con la solitaria y pálida luna que tanto le fascinaba. Pero cuando sonó el móvil, como si despertara de un sueño, Ania cerró y guardó el reloj en el rincón más oscuro del cajón de su escritorio. Nunca más lo volvió a abrir. •¸.•´*¨`*•• ••*`¨*`•.¸• ¡¡¡RETO!!! Con este microrrelato participo en el reto del mes de junio, propuesto por   Lídia Castro Navàs . Estas son las condiciones: Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la  carta . En tu creación debe aparecer el dado:  un hatillo. 

Adoración

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En el poblado, todos adoraban a su diosa a la que habían representado con la estatua de una mujer sosteniendo una espada. Cuando llegó un extranjero y les dijo que no creía en su diosa, los habitantes del poblado enfurecieron y uno de ellos le dio muerte con su espada.   La diosa llorando, atrajo hacia la estatua todas las espadas y los habitantes del poblado, desarmados, comprendieron que no habían obrado bien. Arrepentidos, enterraron al hombre junto con una punta de flecha de obsidiana, que era la joya más valiosa que poseían, y con ambos enterraron también a la violencia. **** ¡ ¡¡RETO!!!  Con este microrrelato participo en el reto del mes de mayo, propuesto por   Lídia Castro Navàs . Estas son las condiciones:  Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la  carta . En tu creación debe aparecer el mineral:  P unta de flecha de obsidiana . 

El espíritu de Iria

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  Hacía tiempo que la muerte nos había separado, concretamente cuatro años, pero ahora Iria había resurgido de entre los muertos y, situada frente a mí, me miraba con una mirada cargada de odio. Era de noche y estaba solo en mi oficina terminando el informe que tenía que haber entregado aquella misma tarde, pero que entre unas cosas y otras no había podido terminar. Y por eso, a pesar de ser un treinta y uno de diciembre, en el que todo el mundo estaba de fiesta, yo continuaba trabajando sin parar. Fue al apartar la mirada de la pantalla del ordenador un momento para descansar, cuando la vi. Vi a Iria en la distancia, apenas alumbrada por la débil luz de la lamparilla de mi escritorio. Parpadeé varias veces, creyendo que estaba teniendo una alucinación. Pero no, Iria era real y estaba allí, mirándome fijamente con sus dos grandes ojos verdes. Recordé el día que mi hermano mayor la trajo a casa: una gatita muy pequeña que enseguida empezó a llevarse todos los mimos y atenciones qu