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Mostrando entradas de febrero, 2022

La jaula de oro

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  Mientras caminaba por el bosque, el gigante Elías se encontró con una pequeña jaula de oro. Se inclinó sobre ella y asomó su cara entre las rejas. Allí había tres pequeñísimos hombres. Elías les anunció: ―¡Os liberaré! Los tres hombres replicaron a la vez: ―¡No queremos ser liberados! ¡Estamos bien donde estamos! El gigante dudó un instante, pero enseguida sacó una navaja de su bolsillo e intentó cortar las rejas. Los tres hombres le suplicaron a la vez: ―¡Detente, detente! Elías no les comprendió, así que decidió dejarles su navaja por si cambiaban de idea. ¡¡¡RETO!!!  con este microrrelato participo en la original iniciativa de Lídia Castro Navàs.   Estas son las condiciones para el reto de febrero: Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la carta. En tu creación debe aparecer el objeto del dado: interrogante/duda. Podéis encontrar más información en  Escribir Jugando del Blog de Lídia. 

No hice caso

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  Miré por la ventana. Los hijos de mis vecinas estaban jugando con la pelota bajo el portal del bloque de pisos donde vivía. Reían. Eran felices. Recordé cuando yo era una niña y jugaba y reía. Era feliz. Pero de eso hacía ya mucho tiempo. Cerré la ventana porque no quise escucharlos más y porque quería ahuyentar a mis recuerdos. El sonido del móvil me sobresaltó. Estaba sobre la mesa redonda de madera, junto al jarrón con flores. Contesté y me saludó un comercial que quería venderme algo. Sentí una gran decepción. Me hubiera gustado que fuese alguien conocido. Y es que hacía ya dos años que no hablaba ni con mi familia ni con mis amistades. Pero era imposible que me llamasen porque ninguno de ellos tenía mi número de teléfono. «¿Se acordarán de mí alguna vez?», me pregunté con nostalgia. Le dije al comercial que no podía atenderle y, tras colgar la llamada, guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón. Oí a Pepín piar, me acerqué a él y le contemplé unos instantes. Él me miró con es

Felicidad auténtica

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A Olivia nunca le gustaron especialmente las joyas. De hecho, no solía llevar anillos, collares, ni siquiera pendientes. Sin embargo, un día, mientras paseaba por la calle, se paró frente al escaparate de una joyería. Un fino brazalete de plata con una piedra de azabache en el centro, captó toda su atención. Olivia sintió una atracción irresistible por aquella joya. Buscó el precio, pero como no lo encontró, entró en la joyería y le preguntó al dependiente cuánto costaba. Este le dijo que cincuenta y dos euros y, acto seguido, se dirigió al escaparate, cogió el brazalete y se lo ofreció a Olivia quien lo cogió con manos trémulas. Se sentía como una niña pequeña y caprichosa. Se puso el brazalete con sumo cuidado en la muñeca derecha y lo observó. «¡Qué bien me queda!» se dijo entusiasmada. Pero en cuanto reparó en el precio su entusiasmo se desvaneció. Le suponía mucho esfuerzo llegar a fin de mes. «¿Qué gastos puedo suprimir, para poder permitirme comprar este capricho?» se preguntó.

El jardín

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  Tomé el desayuno de prisa. Tenía que ir al trabajo y quería que me sobrara algo de tiempo para poder hablar con los compañeros, como hacíamos cada mañana. Me lavé los dientes y, tras despedirme de mi gatita Keyra, cogí el bolso y salí apresuradamente. Cuando llegué al trabajo, aún quedaban quince minutos antes de que dieran las ocho de la mañana, la hora a la que empezaba la jornada laboral. Respiré aliviada, al ver que solo estaba Alba. En cuanto me vio entrar por la puerta me saludó. ―¡Hola! ¿Qué tal, Natalia?   ―¡Hola! Muy bien. ¿Cómo te fue ayer? El rostro de mi compañera se iluminó con una sonrisa. ―Cuando te lo cuente, no te lo vas a creer. A mí me dio mucha curiosidad y quise que continuase hablando, pero en ese instante llegaron Miguel, Elisa, Paloma y Mercedes, nuestros otros compañeros y compañeras. Nos saludamos y entonces dijo Alba: ―¡Atención todos! ¡Ayer firmé el contrato de alquiler del nuevo piso! Hubo un gran revuelo, por no decir una tremenda escanda