No hice caso

 



Miré por la ventana. Los hijos de mis vecinas estaban jugando con la pelota bajo el portal del bloque de pisos donde vivía. Reían. Eran felices. Recordé cuando yo era una niña y jugaba y reía. Era feliz. Pero de eso hacía ya mucho tiempo.

Cerré la ventana porque no quise escucharlos más y porque quería ahuyentar a mis recuerdos. El sonido del móvil me sobresaltó. Estaba sobre la mesa redonda de madera, junto al jarrón con flores. Contesté y me saludó un comercial que quería venderme algo. Sentí una gran decepción. Me hubiera gustado que fuese alguien conocido. Y es que hacía ya dos años que no hablaba ni con mi familia ni con mis amistades. Pero era imposible que me llamasen porque ninguno de ellos tenía mi número de teléfono. «¿Se acordarán de mí alguna vez?», me pregunté con nostalgia.

Le dije al comercial que no podía atenderle y, tras colgar la llamada, guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón. Oí a Pepín piar, me acerqué a él y le contemplé unos instantes. Él me miró con esos ojitos risueños y bondadosos que me hacían sentir tan bien. Este pequeño canario amarillo era mi única compañía.

―Me tengo que ir a comprar ―le dije y él pio de un modo repentinamente melancólico que parecía suplicarme: «vuelve pronto».

Tras ponerle comida y agua fresca, salí de casa. Los críos me saludaron con alegría al verme salir por el portal del edificio, yo les saludé con la mano y les sonreí tratando de ocultar mi tristeza. Después, caminé hasta el supermercado que se encontraba a unos doscientos metros. A pesar de no ser muy grande, tenía una amplia variedad de productos. Lo que más me gustaba era la sección de repostería y fue hacia dónde me dirigí primero. En los expositores había palmeras de chocolate, caracolas con pasas, napolitanas, crestas de manzana y muchos dulces más, todos con una pinta deliciosa y recién hechos.

Mis dulces preferidos eran las tartaletas de crema. Quedaban solo cinco. Las fui cogiendo y metiendo en una bolsa con avidez. Cuando las tuve todas dentro de la bolsa sentí unas ganas tremendas de comerme una de esas crujientes tartaletas. Enseguida oí a una voz decirme «¡No! ¡Qué pensarán los demás!». Pero no hice caso y di un morisco al pastelillo, luego otro y, tras dos bocados más, la tartaleta desapareció. Había gente cerca y noté sus miradas clavadas en mí. Sin embargo, yo no me molesté en prestarles atención. Me daba igual lo que pensaran.

Esto no era lo normal en mí. Lo normal en mí hubiese sido hacer caso a la voz y no comerme aquel pastelillo sin antes pagarlo. Siempre había actuado con miedo al “qué dirán”. Muy pocas veces en mi vida había actuado según había querido yo sin importarme la opinión de los demás. Y cuando una vez lo hice, hacía dos años, el resultado fue terrible. Aunque, lo cierto, es que nunca me arrepentí.

Tras saborear con inmenso placer la tartaleta, fui a coger todas las demás cosas que necesitaba y pagué en la caja todo, incluso la tartaleta que me había comido. La cajera me miró con extrañeza cuando le pedí que me cobrase los cuatro pastelillos que contenía la bolsa más uno que me acababa de comer. Pero, sorprendentemente, no me importó.

Regresé a casa cargada con dos bolsas llenas con las cosas que acababa de comprar. Los hijos de mis vecinas, Pablo, Juan, Sara y Carla, seguían jugando frente al edificio. En ese momento pensé en lo divertido que sería jugar con ellos y ellas. Pero, enseguida una voz me dijo: «¡No! ¡Qué pensarán los demás!». Sin embargo, no hice caso. Dejé las dos bolsas apoyadas contra la pared del edificio e, inmediatamente, me acerqué y les pregunté con la misma naturalidad que si fuese una chiquilla:

―¿Puedo jugar?

Sara, que era pelirroja y con muchas pecas en la cara, en ese momento tenía la pelota en su poder. Me miró con sorpresa. Sin embargo, después, asintió con la cabeza y me pasó la pelota. Estuve jugando con ellos y ellas durante, aproximadamente, una hora. Luego me despedí, no sin antes, regalarles las tartaletas de crema.

Cuando subí a mi piso me sentía muy animada. Contrastando con la primera vez que no tuve miedo “al qué dirán” y actué como yo creía que tenía que actuar. Ese día me distancié de mi madre, del resto de mi familia y de mis amistades. Todo sucedió cuando les anuncié a bocajarro que había dejado a Lucas, mi pareja. Él tenía a mis seres queridos metidos en el bolsillo. A mí también me tuvo metida en su bolsillo durante los tres años de matrimonio. Pero conseguí escapar. Salté al vacío y de repente me encontré totalmente sola. Nadie me apoyó, ni siquiera mi madre. Nadie quiso coger mi mano y saltar conmigo.

Lucas nunca me hizo feliz, todo lo contrario. Me cortaba las alas cada vez que quería hacer algo. Como aquella noche que quedamos a cenar en el bar. Si teníamos que cenar fuera, Lucas siempre elegía este sitio, porque era el más barato que conocía. A mí no me gustaba nada porque estaba sucio, el personal era grosero y siempre había muchos borrachos. Aquel día, yo estaba comiendo un sándwich y él una hamburguesa. Dejé el sándwich sobre el plato con las manos temblorosas. Estaba nerviosa porque quería decirle algo muy importante para mí. Llevaba días pensando en ello sin atreverme a decir nada y, tras dudar un rato, finalmente reuní fuerzas para hablar. Le dije que quería ir a clases de canto porque siempre me había gustado cantar y tenía una voz bonita. «Pero ¿qué dices? Tu voz es horrible. Tú no vales para cantar» me soltó con la misma suavidad que si me estuviese diciendo un piropo. Yo me quedé muda, como siempre, y con un fuerte dolor en el pecho.

En realidad, lo único que quería era que yo gastase lo menos posible. Él se quedaba con todo el sueldo que yo ganaba con mi trabajo y era quien lo administraba. Así que, si yo necesitaba comprar algo, tenía que pedirle el dinero a él, y cada vez me daba menos.

Al día siguiente del disgusto que me dio en el bar, me pregunté cómo había llegado a esa situación tan absurda, cómo me había dejado manipular de aquella manera y tomé la decisión de separarme. Enseguida una voz me dijo: «¡No! ¡Qué pensarán los demás!». Siempre había hecho caso a aquella voz, siempre había tratado de actuar para agradar a los demás. Pero esta vez algo dentro de mí se reveló. Algo que me hizo levantarme y salir del oscuro agujero en el que estaba.

Cuando les expliqué a mi familia y amistades cuanto me hacía sufrir Lucas, lo infeliz que era con él y que como consecuencia le había pedido el divorcio, todos me dieron la espalda, incluso mi madre. Ella era muy católica, y me decía que había que aguantar, que el divorcio era pecado. Además, Lucas se hizo la víctima y todos sintieron pena por él y a mí solo me mostraron rechazo e incomprensión.

En realidad, me lo esperaba. Nunca le había contado a nadie cómo era realmente Lucas, lo mal que me hacía sentir, ni cómo se aprovechaba de mí. Nada. Ni una sola palabra. Ahora, la verdad era como una luz insoportable para unos ojos acostumbrados a la más absoluta oscuridad. Supongo que todos creían que éramos una pareja feliz, porque ese era el papel que representaba Lucas en una obra de teatro en la que yo también interpretaba mi papel.

Cuando dejé de interpretar y mostré la verdad, el público me abucheó y yo grité: «¡Basta!». Así que desaparecí, me fui a otra ciudad, y traté de empezar una nueva vida. Lo cierto es que lo conseguí. Sin embargo, echaba mucho de menos a aquel público, que era nada más y nada menos que mi familia y mis amistades.

Cogí el móvil, como tantas otras veces, quería llamar a mi madre. Una voz me dijo lo mismo de siempre: «¡No! Ella no quiere saber nada de ti». Pero esta vez, no hice caso y la llamé:

―¿Diga?

―Mamá

―¡Alicia, hija! ¿Eres tú?

―Sí, soy yo.

―¡Dios mío, cariño!―exclamó mi madre entre sollozos.

Mi madre y yo tuvimos una larga conversación en la que ella me pidió perdón repetidas veces y yo prometí ir a verla. Así fue como poco a poco fui retomando el contacto con mi familia y mis amistades. Se habían dado cuenta de su gran equivocación al no apoyarme. Y es que Lucas, tras el divorcio, les mostró a todos su verdadera cara.


¡¡¡RETO!!! Escribid un relato en el que aparezcan diferentes escenarios y para narrarlo utilizad los tiempos presente y pasado. Este es el reto que he seguido para escribir esta vez. Antes de escribir leí el relato Las cinco cuñas, incluido en el libro El mejor de los mundos de Quim Monzó. Os lo recomiendo, seguro que os sirve de inspiración!!

Comentarios

  1. Me ha encantado, y también conocerte. Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Encantada de tenerte por aquí, Maty :) Muchas gracias y un abrazo!!

      Eliminar
  2. Muy buen relato, me gusta la forma en que la protagonista se despoja de sus miedos, que la frenan para sentirse plena, logra salir por segunda vez del hoyo y retoma una vida más normal. Gracias por compartir. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Exactamente Ana. No sabía si se entendería bien el relato porque resulta algo circular, pero tú lo has entendido perfectamente. Muchas gracias por tu comentario. Saludos!!

      Eliminar
  3. Me alegra que la madre anteponga la recuperación de la relación con su hija a sus creencias. Cuánto daño ha hecho la religión.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que la religión en sí debería ser algo bueno. Lo que la desvirtúa son los rígidos dogmas que no permiten opinar sobre ellos ni cambiarlos. Muchas gracias por tu comentario!!

      Eliminar
  4. ¡Hola, Cristina! Es que no existen cadenas más recias que aquellas que nos imponemos nosotros mismos. El miedo, "el qué dirán", y demás limitaciones autoimpuestas para lo único que sirven es para hacernos daño a nosotros mismos. Estupendo mensaje y relato. Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola, David! Describes a la perfección el tema principal del cuento. Ese miedo "al qué dirán" nos limita y como tú bien dices nos hace daño a nosotros mismos. Cuánto me alegro de que te haya gustado esta historia. Un abrazo!!

      Eliminar
  5. Me ha gustado mucho tu relato. Hasta me he sentido identficada. Bravo! Encima me han entrado ganas de comer dulce jaja
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra que te haya gustado. Creo que es algo que nos pasa a todxs. Jajajaja qué bueno que te hayan dado ganas de comer dulce. Pues nada tómate un pastelito y disfrútalo!! Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!!

      Eliminar
  6. Hizo bien en dejar de escuchar a esa voz, para tratar de ser libre.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, fue una verdadera liberación :) Muchas gracias y un abrazo!!

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La verdad

Su color favorito

La magia de Katu