Lo que la máscara oculta

 

Eva se sentía asfixiada, apenas podía respirar y la piel del rostro le ardía. «Es por culpa de la máscara» se decía a sí misma atormentada. Pero ni se planteaba quitársela ni un solo momento. En el lugar donde vivía todas las personas adultas llevaban una máscara y, según le habían dicho, esta era necesaria para vivir y bajo ningún concepto, debía de ser quitada.

De este modo, en cuanto Eva cumplió los dieciséis años su verdadero rostro fue ocultado al mundo. Cada vez que se miraba en el espejo solo veía aquella máscara fría, dura y con gesto cruel. «Así soy yo, cruel» se lamentaba cada vez más.

Una tarde, Eva se adentró en el bosque y se sentó cerca del riachuelo. A menudo se refugiaba a solas en la naturaleza donde se sentía un poco más libre. Vio una mariposa y se quedó observándola ensimismada sintiéndose en calma, en paz. Pero cuando advirtió su reflejo en el riachuelo no pudo distinguir más que la mueca malvada de la máscara y se dijo desolada: «Da igual como me sienta, mi maldad nunca desaparecerá».

Tras unos instantes, oyó que se acercaba alguien. Se giró y vio a una niña pequeña que perseguía a la mariposa y reía. Eva se extrañó de que la niña anduviese sola por ahí y rápidamente miró hacia otro lado porque no quería que la pequeña viese su maldad. Sin embargo, al cabo de un rato, la niña se sentó frente a ella.

―¡Por favor, vete! ―le suplicó Eva manteniendo oculta su cabeza entre sus rodillas y sus manos. Pero la niña no se fue, sino que agarró una de las manos de Eva y tiró de ella con tenacidad.

Al cabo de un rato, Eva se dio por vencida, y permitió que la niña viese su rostro enmascarado. Se sorprendió ante la reacción de la pequeña, que no solo no se asustó al verla, sino que tocó la fría máscara y balbuceó:

―Quita…la…quita…quita…la…

Eva sintió que las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, pero se quedó inmóvil incapaz de obedecer a la niña, aunque era lo que más deseaba hacer. Eva tenía miedo de su propio rostro, de no reconocerse a sí misma. Y temía que alguien pudiera descubrir que había incumplido la regla de no quitarse la máscara nunca.

La niña continuó insistiendo y, tras un largo rato Eva, reuniendo todas sus fuerzas y todo su valor, tomó la máscara con ambas manos y la levantó despacio. Cuando la niña vio el rostro de Eva sonrió con una sonrisa radiante.

Eva se volvió a mirar en el riachuelo y en esta ocasión, por primera vez, desde hacía muchísimo tiempo, se volvió a ver a sí misma tal y como era. Tiró la máscara al suelo y emocionada se dijo: «En mi rostro no hay maldad, solo sufrimiento».

Eva se dirigió a la niña que la observaba con ojos atentos y le sonrió con dulzura diciéndole:

―Esta sí que soy yo. ¡Soy yo de verdad! ¡Y tú eres un angelito que me ha traído la felicidad!

La niña comenzó a reír y Eva rio con ella. ¡Qué bienestar experimentaba al sentir el aire fresco sobre la cara! ¡Qué bien sentaba no ocultar su verdadero rostro!

Eva, pensó en todo el tiempo que había padecido solo por miedo y decidió que nunca más sería la Eva de la máscara cruel y mala sino la auténtica Eva buena y compasiva. Ya no permitiría que nadie le ordenase ocultar su cara tras la máscara.

Era única y maravillosa y no volvería a permitir que ninguna mentira ocultase la verdad. No solo ella no se pondría más la máscara, sino que lucharía para convencer a los demás de lo ridículo y desolador que era vivir detrás de una máscara.

Eva cogió a la niña de la mano y juntas regresaron al poblado en el que vivían. Ninguna de las dos tenía miedo de nada ni de nadie.


¡¡¡RETO!!! Os propongo escribir un relato inspirado en una fotografía que hayáis hecho vosotr@s mism@s. La fotografía que comparto aquí es de la escultura dedicada al dramaturgo Jacinto Benavente. 

Este monumento me llamó mucho la atención y me hizo pensar en la máscara que solemos llevar tod@s (a veces a propósito y otras veces sin darnos cuenta) y en el daño que nos hace llevarla al no mostrarnos como somos realmente. Así surgió este relato que espero que os guste y os haga pensar. 😉


Comentarios

  1. Muy buen relato. Definitivamente las máscaras no son buenas, ni las que nos imponen ni las que nosotros mismos nos ponemos para defendernos de todos. Un buen mensaje nos trae tu cuento: ser auténticos.

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    1. Sí, creo que dentro de nosotr@s hay una luz interior que ocultamos y que no dejamos brillar porque eso es lo que nos han enseñado y a lo que nos empuja este mundo. Pero no somos conscientes del daño que nos hacemos, porque no alumbramos ni nuestra vida ni la de los demás. Ser auténticos, ese es justamente mi mensaje Ana. Un abrazo y muchas gracias por tu lectura y comentario!!

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  2. En un mundo de espanto como el nuestro, mostrarse tal cual sería como desnudarse ante millones de desconocidos. ¿Quién aguantaría semejante escrutinio? ¿Cómo han logrado que para encajar, veamos normal que la verdad y la autenticidad piden limosna desde hace ni se sabe?

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    1. Sin duda es muy difícil, pero creo que es como todo, que darte cuenta de algo es el primer paso para poder cambiarlo. Y eso es precisamente lo que tenemos que conseguir, que nadie vea normal que la verdad y la autenticidad estén marginadas y que luchemos por crear una realidad distinta y mejor que la que tenemos. Gracias por tu lectura y comentario!!

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