Piedra pequeña y ligera

Durante los tres años que permanecí en el lugar que me vio nacer, nunca había tenido el deseo de viajar. Hasta que un día, un niño me dio una patada y salí rodando por la carretera yendo a parar al lado de una amapola. Me pareció tan fascinante aquella experiencia, que de inmediato estaba deseando ponerme en movimiento otra vez.

Junto a la amapola me sentía feliz. A veces charlábamos algo, aunque la mayor parte del tiempo ella solía estar callada y yo tampoco tenía mucho que contarle. Pero me encantaba contemplar sus pétalos rojos y finos y oler su suave fragancia.

Sin embargo, pronto empecé a envidiar el vuelo de los pájaros. Después de mi primer viaje, sentía el deseo de volver a rodar e irme muy lejos. Me sentía impotente por no poder moverme. Lo único que me consolaba es que yo era una piedra pequeña y ligera, por lo que tenía más posibilidades de viajar que si hubiese sido una piedra grande y pesada. Por eso, albergaba la esperanza de volver a ponerme en movimiento de nuevo. 

Recuerdo que una mañana, la amapola se despertó con suavidad y contemplé como sus pétalos se agitaban con el aire y recibían el sol con alegría.

―Buenos días amapola.

―Buenos días piedrecita.

No acabábamos de saludarnos, cuando el sol se ocultó entre las nubes y el cielo se oscureció.  Empezó a llover a cántaros. Llovía tanto que poco a poco me fui sumergiendo dentro del agua.

Enseguida noté como la fuerza del agua intentaba moverme. Mi cuerpo empezó a despegarse del suelo y ante el presentimiento de que iba a iniciar un nuevo viaje, me despedí de la amapola.

―Buena suerte ―me dijo ella, claramente asustada.  

Y tal y como yo había pensado, el agua me empujó con fuerza hacia adelante y me arrastró con ella.

―¡Estoy moviéndome! ―grité eufórica, aunque mi viaje duró más de lo que me había esperado. Me mareé, perdí el sentido y cuando me desperté, me encontré en un lugar totalmente diferente: estaba sobre la arena, muy cerca del mar.

Miré absorta a mi alrededor, felicitándome por la belleza de la playa a la que había ido a parar. «No me importaría pasar el resto de mi existencia aquí», me dije con una indecible alegría.

Instantes después, sin embargo, pensé en la amapola «¿Estará bien?» me pregunté preocupada por ella. «¡Cómo me gustaría hablarle de esta aventura!».

Me sacó de mis pensamientos una gaviota que acababa de posarse sobre la arena, cerca de mí.

―¡Gaviota, gaviota! ―le llamé casi con desesperación.

El ave me miró con curiosidad.

―¿Podrías ir a ver a mi amiga la amapola y averiguar si está bien?

―Sí, claro ¿dónde está tu amiga?

―En un lado de la carretera.

―Iré a preguntar por ella y volveré para decirte como está.

Le di las gracias y la gaviota elevó el vuelo. Traté de esperar con paciencia, pero no pude, la espera se me hacía eterna.

Al atardecer, al fin regresó la gaviota y me contó que mi amiga estaba bien, pero que me echaba mucho de menos. Y sin pensármelo dos veces, le pedí que me llevase hasta ella volando.

―No sé si podré cogerte con mis patas ―me dijo dubitativa.

―¡Inténtalo, por favor! ―le supliqué yo.

La gaviota me agarró con fuerza, por un lado. Sus patas eran robustas y poco después, sintiéndome más ligera que nunca, me vi elevándome hacia el cielo. ¡Parecía como si yo misma volara!

La gaviota voló hasta mi amiga y se posó sobre la tierra poniéndome cerca de la amapola con cuidado.

―¡Qué bien que hayas vuelto! Te echaba mucho de menos ―me dijo entre lágrimas la amapola.

―¡Y yo a ti! ―exclamé yo con infinita alegría. Y enseguida le conté todo sobre mi último viaje. Hablaba muy rápido y con mucho entusiasmo. Pero, de repente, reparé en que me había olvidado de la gaviota, ¡con lo amable que había sido conmigo! La miré y le dije:  

―Perdona gaviota, aun no te he dado las gracias ―la gaviota me sonrió con su gran pico.

―No te preocupes. Veo que te gusta viajar.

―¡Sí mucho! Te estoy muy agradecida.

―No ha sido nada. Es más, si quieres, puedo volver a llevarte volando a otros lugares. Después puedo traerte de regreso junto a tu amiga.

La emoción no me cabía en el pecho. Aun no creía lo que acababa de oír. ¿Ahora tenía una nueva amiga que me llevaría con ella de viaje?

―¿De verdad, harías eso por mí?

―Pues claro piedrecita, estaré encantada me respondió la gaviota con alegría.

De este modo, cada mañana, venía la gaviota y me llevaba volando con ella hacia distintos lugares, aunque a menudo íbamos a nuestro sitio favorito: la playa. Por las tardes me traía de regreso junto a la amapola. Entonces le hablaba de mis aventuras mientras ella me escuchaba emocionada. Así fue como entendí que la amapola no solo era mi amiga, sino que también era mi hogar, era mi casa.

Para escribir este relato me he inspirado en un poema que me encanta, se llama Como tú de León Felipe:

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

¡¡¡Reto!!! Escribe un relato a partir de una poesía o poema que te guste. 😀

Comentarios

  1. Hermosa historia me encantó mucho. Saludos cordiales desde Puerto La Cruz Anzoátegui Venezuela.

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    1. Me alegro mucho de que te haya gustado. Muchas gracias por tu comentario. Saludos!! 🤗

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