El Bosque Maldito
Agrimar era un rey que estaba harto de la rutina del palacio, de sus súbditos y de la esposa que no le había dado ni un solo hijo varón. Era un rey muy déspota y mientras el pueblo pasaba hambre, él se deleitaba con los más lujosos festines.
Una mañana, estaba asomado al balcón cuando vio un colibrí. Era la primera vez que el rey veía uno y se quedó contemplándolo absorto un rato. Repentinamente, el colibrí voló hacia él y se posó en la barandilla.
―Tengo algo que deciros, Agrimar.
El rey se quedó perplejo al oír hablar al pájaro. Se frotó los ojos e incrédulo volvió a mirar al colibrí. Este continuó diciéndole con naturalidad:
―Debéis acudir al Bosque Maldito para romper un maleficio. Para ello necesitaréis la espada que Jonás, el mejor herrero del reino, fabricará para vos.
Tras decir estas palabras, el pequeño colibrí se alejó volando. Agrimar gritó: «¡Espera!», pero el pajarillo no volvió. El rey entró dentro de su aposento real y comenzó a pasearse en círculos. Una extraña sensación se había apoderado de él y le turbaba sobremanera. Aquel pajarillo le había dado la oportunidad de vivir una gran aventura. Sin embargo, si partía de palacio, perdería todas sus comodidades y arriesgaría su vida. «¿Qué hago?» se preguntó sin saber qué responder.
Pero unos instantes después pensó: «¿Qué me importa a mí el Bosque Maldito? ¿Romper un maleficio, qué maleficio? Lo único que sé de ese bosque es que allí vive un gigante: un hombre del pueblo que en realidad era un monstruo y atemorizaba a todo el mundo. Hubo quienes vieron al gigante internarse en el bosque y desde entonces se le conoció como el Bosque Maldito y nadie se atreve a adentrarse en él. Seguramente lo que tengo que hacer es matar al gigante. Aunque lo más probable es que él me mate a mí. No, no lo haré» se dijo con firmeza.
Pasaron varios días, en los que Agrimar no volvió a pensar en el mensaje del colibrí. Hasta que una tarde, en la que el rey estaba sentado en su trono, un soldado se acercó a él diciéndole tras una inclinación de cabeza:
―Majestad, el herrero Jonás ha venido al palacio diciendo que tiene algo muy importante que entregaros.
El rey sintió un repentino sudor frío recorriendo su espalda. Había dado por zanjado el tema referente a lo que le había dicho el colibrí, pero ahora había venido Jonás. Y seguro que le quería entregar la espada.
―Dejadle pasar ―ordenó Agrimar bruscamente.
Abrieron la puerta y el herrero entró despacio sosteniendo, con ambas manos, la hoja de la espada. Seguidamente se arrodilló ante el rey dejando la espada en el suelo delante de él.
―¿Por qué traes esa espada? ―inquirió Agrimar.
―Mi señor, os ruego que perdonéis mi atrevimiento. Pero hace una semana recibí un mensaje muy importante: debía fabricar la mejor espada para vos. Desde que recibí el mensaje no he parado de trabajar para traérosla lo antes posible.
―¿Y quién te dio ese mensaje? ―preguntó con una ceja arqueada Agrimar.
Al herrero le temblaron los labios, incapaces de pronunciar palabra.
―¿Un colibrí?
El herrero asintió con la cabeza y bajó la mirada al suelo. Estaba totalmente aterrado.
―Tráeme la espada aquí ―exigió Agrimar.
El herrero se apresuró a coger la espada del suelo y se la entregó al rey con manos temblorosas. Agrimar la observó con interés. Le pareció la espada más perfecta que había visto en su vida.
―Bien, puedes retirarte herrero ―le dijo con tono satisfecho y Jonás, tras una reverencia, salió con paso ligero del salón del trono.
Agrimar empuñó la espada y se sintió muy fuerte, muy poderoso, y de pronto la idea de ir al Bosque Maldito volvió a cobrar vida. «Podría convertirme en un héroe si acabo con ese gigante. Y con esta espada, lo conseguiré sin duda».
En cuanto amaneció al día siguiente, Agrimar se vistió con la armadura, se puso su corona envainó la espada y se dirigió al establo. Allí estaba un mozo de cuadra al que le pidió que ensillase su corcel y en cuanto el caballo estuvo listo, el rey montó sobre él y partió al galope hacia el Bosque Maldito.
Tras internarse en el frondoso bosque, Agrimar gritó fuertemente:
―¡Gigante, sal ahora mismo ante mí! ¡Soy el rey Agrimar y he venido a acabar contigo!
El gigante que le oyó comenzó a caminar hacia él. Sus zancadas resonaron fuertemente. Tras unos pocos segundos se situó frente al rey quien sintió temor pues su cabeza llegaba a la cintura del gigante. Este tenía la apariencia de una persona, aunque tenía mucho vello y unas orejas exageradamente grandes.
―Me llamo Garduk, por si os interesa saber mi nombre ―se presentó el gigante con cierto aire burlón.
―¡Tu nombre no me importa nada! ¡Tu eres un monstruo y voy a acabar contigo! ―el rey sintió una furia terrible y, al instante, empuñó la espada y con un rápido movimiento se lanzó hacia Garduk con la intención de clavar la espada en su vientre. Sin embargo, al tocar su barriga con la punta de la espada, esta se arqueó de un modo totalmente inesperado y cayó al suelo. El rey se quedó atónito.
―Debo reconocer que tenéis arrojo. Y ahora, decidme, ¿qué vais a hacer sin la ayuda de vuestra espada? ¿Os rendís? ―preguntó con sorna Garduk.
Agrimar cerró los puños lleno de cólera y dando un salto, dio un puñetazo con todas sus fuerzas en la cara de Garduk. Sin embargo, su rostro era tan duro como su barriga. Agrimar cayó al suelo cogiéndose el puño del que manaba sangre. Mientras que el rostro del gigante estaba intacto.
Garduk rió ruidosamente y dijo:
―Soy duro como una piedra, ¿verdad? Seguro que eso no os lo esperabais. Nadie hasta ahora había intentado herirme o matarme. Así que, no había forma de que lo supierais ―Garduk volvió a reír con grandes carcajadas.
Agrimar se puso en pie con dificultad y mirando al gigante le dijo:
―Está bien. Reconozco mi derrota. Al menos dame una muerte digna, pues recuerda que soy tu rey.
―¿Y por qué creéis que voy a mataros?
El rey enmudeció. No se esperaba aquella reacción del gigante.
―No soy ningún asesino, solo soy diferente. Pero todos los habitantes del reino, incluido vos decidisteis considerarme un monstruo y por eso no tuve más remedio que esconderme en este bosque. No podía soportar las miradas aterradas de los de mi especie. Aquí en el bosque al menos las plantas y los animales me aceptan como soy, ellos no me temen como me teméis las personas.
Agrimar, que había recobrado la calma le dijo pausadamente:
―No entiendo nada. Recibí un mensaje de un colibrí. Me dijo que debía romper un maleficio. ¿Qué maleficio es ese?
―El maleficio que me convirtió en un gigante. Todo ocurrió cuando un brujo se enamoró de mi madre, pero ella le rechazó y este para vengarse le lanzó un conjuro para que yo, su hijo pequeño, al crecer me convirtiera en un gigante. Mi madre me cuidó con todo su amor y me protegió pero cuando falleció, me quedé completamente solo. Nadie me quería, todo el pueblo me consideraba un monstruo peligroso y por eso decidí esconderme en este bosque.
Agrimar estaba totalmente sorprendido. Se sentó sobre una gran roca y, llevándose una mano a la cabeza, le preguntó:
―¿Y cómo puedo romper yo ese maleficio?
―No os lo diré.
―¿Cómo que no? Dímelo ahora mismo, te lo exijo.
―Es demasiado peligroso.
―No he venido aquí para irme sin hacer nada. No me importa el peligro. ¡Habla!
―Debéis acudir a la Cueva Oscura donde se esconde la Serpiente venenosa Ibika. El colibrí me dijo que con esa espada que lleváis tenéis que cortarle la cabeza y después traérmela para que le extraiga el veneno. Ese veneno se convertirá en una cura milagrosa. Por lo que, si la ingiero, me convertiré en un hombre normal. Sin embargo, debéis saber que esa serpiente es muy rápida y no dudará en daros muerte. Francamente creo que tenéis muy pocas posibilidades de sobrevivir.
El rey se frotó la barbilla pensativo. Guardó silencio un largo rato y después dijo:
―Lo haré.
―¿Estáis seguro?
―Sí, totalmente. Tanto yo como todos los habitantes del reino no hemos sido justos contigo. Es lo menos que puedo hacer por ti.
―Pase lo que pase siempre os estaré agradecido, mi señor.
Garduk guió a Agrimar hasta la cueva. El gigante le dijo al rey que sentía no poder acompañarle ya que la cueva era demasiado pequeña para él. El rey le aseguró que volvería con su cura y rápidamente se adentró en la cueva, desapareciendo de la vista de Garduk.
Pero Agrimar no tuvo oportunidad de ver venir a la Serpiente Ibika. Esta, a la velocidad del rayo y sin hacer ningún ruido, le mordió en el muslo derecho. Aunque el rey, con un rápido y decidido movimiento de su brazo, cortó con la espada la cabeza de la serpiente.
Agrimar arrastró la cabeza de Ibika fuera de la cueva y en cuanto Garduk vio la sangre del muslo del rey exclamó:
―¡Te ha mordido! ―en ese instante Agrimar cayó desmayado al suelo.
El gigante empezó a llorar:
―¡Oh, no! ¡Pero qué he hecho!¡Esto es culpa mía!
Garduk recordó el frasquito que llevaba colgando del cuello. Pensó en lo que le había dicho el colibrí: «tendrás que extraer el veneno de la serpiente muerta que se convertirá en una cura. Si lo bebes te convertirás en humano». Garduk, con manos temblorosas y con lágrimas rodándole por el rostro extrajo el veneno y lo vertió en el frasquito. «¿Pero para qué quiero ser humano, si muere la única persona a la que le he importado además de mi madre? Pero…¡Un momento! ¿y si esta cura al ser milagrosa salva la vida del rey?».
Rápidamente, el gigante vertió el contenido del frasquito sobre los labios inertes de Agrimar y, tras unos instantes, el rey abrió los ojos, aturdido.
―¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué sigues siendo un gigante, Garduk?
―¡Estas vivo! ―exclamó entre lágrimas Garduk.
Agrimar vio el frasquito a su lado, sobre el suelo.
―¿Qué has hecho?
―Te he dado la cura para que vivieses.
―¿Y tú?
―Yo…seguiré siendo un gigante ―dijo Garduk encogiéndose de hombros.
El rey se incorporó y le dijo:
―¿Sabes lo que voy a hacer? Me voy a quedar aquí contigo. Seremos buenos amigos y no tendré que vivir nunca más en ese aburrido palacio.
―Disculpadme majestad pero, aunque me encantaría contar con vuestra compañía, no creo que sea buena idea abandonar vuestro trono. ¿Quién lo ocupará? ¿Y si cae en malas manos?
―¿Malas manos? No soy un buen rey precisamente.
―Pues regresad e intentad ser mejor.
―¡Está bien! ―exclamó repentinamente el rey con el rostro emocionado― vendrás conmigo a Palacio y te convertirás en mi consejero y con tu ayuda cambiaré mi forma de gobernar.
A Garduk se le iluminó el rostro y dijo:
―Con mucho gusto lo haré, aunque no sé si estaré a la altura.
―Altura precisamente no te falta ―replicó Agrimar con una gran sonrisa y los dos se rieron.
De este modo, el rey y el gigante salieron del bosque y cuando aparecieron en el pueblo, todos los que estaban allí gritaron y salieron corriendo despavoridos hasta que repararon en Agrimar.
―¡Mirad, es el rey! ¡El rey camina junto al gigante! ―gritó una mujer
―¡Sí, es el rey! ―exclamaron otros.
Agrimar y Garduk se situaron en medio de la plaza en la que se congregaron cada vez más personas a su alrededor. El rey les habló así:
―Os anuncio que he acabado con la maldición del Bosque. Lo he liberado del auténtico monstruo que era Ibika, una terrible serpiente venenosa. Este gigante que veis aquí se llama Garduk y no solo no me ha atacado, sino que me ha salvado la vida. Os anuncio que he decidido llevarlo a palacio y que me ayude a cambiar mi forma de reinar pues sé que no soy un rey justo. Eso va a cambiar gracias a Garduk, quien a partir de hoy es oficialmente mi consejero.
Todos hicieron una ovación y aquella noche el rey abrió las puertas del palacio y ofreció una cena copiosa a todos los habitantes del reino.
A partir de ese día, nadie más volvió a pasar necesidad y Garduk se convirtió en un gran consejero de Agrimar. Uno de sus consejos más notables fue que preparase como sucesora a su hija mayor y que dejase de odiar a su esposa por no tener hijos varones. Le aseguró que una mujer podía reinar igual de bien que un hombre. Agrimar así lo hizo y gracias a su amigo consiguió que su reino se convirtiese en un lugar lleno de amor, paz y prosperidad.
¡¡¡Reto!!! Para escribir este relato me he basado en las tres partes (Salida, Iniciación y Regreso) que explica Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras. Te animo a que indagues sobre la interesante teoría de Campbell y escribas tu historia.
Hola Cristinna, una deliciosa historia de fantasía con sus buenas lecciones incluídas. Me encanta como ambos personajes logran superarse ayudándose mutuamente. Saludos.
ResponderEliminarHola, Ana!! muchas gracias por tu comentario. Me da alegría saber que te ha gustado. Saludos!! 😄
EliminarBien planteado, el rey cambió. Y ayudó al gigante, en una forma inesperada.
ResponderEliminarAunque el colibrí no fue un buen guía.
Un abrazo.
Te agradezco mucho tu comentario!! Un abrazo!!
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