Un mundo cruel

 

Star-light, de Benny Andersson

Alan era un niño de ocho años que siempre andaba haciendo preguntas. Esto incomodaba mucho a sus profesores quienes lo consideraban “algo tonto”. El muchacho se sentaba en la última fila de la clase y sus compañeros le daban de lado e incluso solían reírse de él.


Una mañana, la profesora de lengua y literatura habló sobre las hadas:

—Son seres fantásticos que habitan los bosques para protegerlos.

Alan fascinado, porque nunca había oído antes hablar de aquellos seres, preguntó:


—¿Y cómo son?


—Bueno, son muy pequeñas y tienen alas, a veces luminosas. Pero, como he dicho en un principio, son seres fantásticos. Lo que quiere decir que no existen en la realidad.


—¿Y por qué no? —quiso saber Alan.


En aquel momento todos sus compañeros de clase se voltearon para mirarlo y se rieron a carcajadas. La profesora les mandó callarse y replicó con aspereza en la voz:


—Porque las hadas son producto de la imaginación. Nadie jamás ha visto ninguna en la vida real.


Después comenzaron a estudiar una lección de gramática hasta que sonó el timbre. Alan salió corriendo del colegio y en cuanto llegó a su casa, dejó la pesada mochila en su habitación y salió con su perrita Kira hacia el bosque. 


Su tío Tomás, quien le cuidaba —pues los padres de Alan habían fallecido— aún estaba en el trabajo, por lo que el muchacho no tuvo que pedirle permiso para salir.


Con la compañía de Kira, Alan recorrió el bosque escudriñando cada rincón deseoso de encontrar una hada. Cuando empezó a anochecer, continuaron caminando durante un largo rato, hasta que llegaron a un lugar extrañísimo: una larga escalera de madera que parecía conectar el cielo y la tierra era alumbrada por una intensa luz.


Dos mariposas de alas doradas revolotearon alrededor de Alan y Kira. Había luna llena y las estrellas titilaban en el cielo. De pronto, un ser diminuto y luminoso se acercó volando. El niño le preguntó sonriendo:


—¿Eres una hada, verdad?


La pequeña criatura rio y le respondió:


—Sí, me llamo Katrina ¿Y vosotros, quiénes sois?


—Yo soy Alan y esta es Kira.


—Bienvenidos a mi mundo, Alan y Kira. ¡Vamos, seguidme! —dijo el hada que comenzó a sobrevolar la escalera.


El muchacho y la perrita fueron subiendo los escalones anchos y planos siguiendo al hada. Después de un largo rato, Katrina les anunció:


—Ya hemos llegado.


Alan vio que las escaleras se unían con una puerta de la que salía una luz cegadora.


—¿Qué hay detrás de la puerta? —preguntó.


—Un lugar maravilloso donde seréis muy felices. Eso sí, una vez que entréis ya nunca podréis volver.


Alan sintió una gran curiosidad por ver ese lugar maravilloso. Pensó que seguramente ya no tendría que soportar el rechazo y las burlas de los otros niños, el recelo y el desdén de sus profesores… Pero, por otro lado, no le pareció bien marcharse sin decírselo antes a su tío Tomás.


—Lo siento, pero debemos regresar —dijo Alan.


—¿Estás seguro?


—Sí, antes de irnos debo despedirme de mi tío.


—Alan, lo siento, pero será prácticamente imposible que encuentres las escaleras de nuevo. De hecho, has sido la primera persona que ha conseguido llegar hasta aquí. Piénsalo bien. El mundo de los humanos es un mundo cruel, te mereces un mundo mejor.


—Tienes razón, pero mi mundo es muy hermoso, a pesar de la crueldad que hay en él —Alan hizo una pausa y después continuó diciendo—: Quiero mucho a Kira, pero me encantan todos los animales, especialmente las mariposas, los pájaros y las hormigas. Adoro a los árboles y al sonido de sus hojas cuando son mecidas por el viento. Me fascina el agua que corre incansable por el riachuelo. Pero, sobre todo, quiero a mi tío, porque ha cuidado de mí desde que me quedé huérfano. Mi mundo puede ser muy cruel, pero aún así me gusta por todo lo bueno y hermoso que hay en él.


—Está bien, Alan —dijo el hada totalmente desconcertada—. Si eso es lo que deseas entonces regresa. ¡Pero vamos, daos mucha prisa!


Alan y Kira bajaron las escaleras lo más rápidamente que pudieron y, cuando llegaron al último escalón, todo se sumió en la más absoluta oscuridad.


Alan se sintió mareado y se desmayó, perdiendo la noción del tiempo.


Cuando abrió los ojos oyó varias voces gritando:


—¡Está vivo! ¡Está vivo!


Tomás se acercó a Alan llorando y le cogió la mano. El niño le preguntó por Kira. Su tío contuvo el llanto y le explicó:


—Kira está bien. Ella fue a casa a buscarme y me condujo hasta ti. Estabas inconsciente en el bosque. Te traje al hospital lo más rápidamente que pude. Pero los médicos me dijeron que no podían hacer nada, que tu corazón se había parado… ¿Qué te ocurrió, Alan?


El muchacho le contó todo, pero Tomás no le creyó y Alan se sintió muy triste e incluso dudó de la veracidad de su propia historia.


Al día siguiente, los médicos le dieron el alta y su tío y él regresaron a casa. Kira recibió a Alan con una inmensa alegría. El niño miró fijamente los ojos negros del animal y entonces dijo:


—Kira, todo fue real, ¿verdad?


Kira ladró varias veces y lamió la mejilla de Alan. El muchacho se sintió inmensamente feliz. Sobre todo, por continuar viviendo en este mundo.


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¡¡¡RETO!!! Con este relato participo en el reto de escritura de Alianzara Comunidad Literaria. El reto consiste en escribir un relato inspirado en la imagen superior (pintura de Benny Andersson) y que no supere las 900 palabras. ¡Animaos a participar! Tenéis de plazo hasta el 31 de agosto. Más información aquí

Comentarios

  1. Hola Cristina, un cuento muy bello y con un gran mensaje: a pesar de todo lo malo que podemos experimentar, la vida vale la pena de ser vivida si sabemos apreciar todo, en especial, las cosas más pequeñas, esos pequeños ladrillos de felicidad que nos van a sostener a través de la adversidad. Me gustó mucho. Saludos.

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    1. ¡¡Hola, Ana!! Así es, la vida merece la pena ser vivida y esas pequeñas cosas son como bien dices: "esos ladrillos de felicidad que nos van a sostener a través de la adversidad". Me alegro de que te haya gustado el relato y te agradezco mucho tu comentario. ¡¡Saludos!!

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