Sí, quiero

Acabo de cumplir cuarenta y dos años, apenas me relaciono con nadie y detesto mi trabajo. Mi jefe me grita continuamente y tengo ganas de mandarle a la mierda, pero no me atrevo. Temo quedarme sin empleo, por eso aguanto y aguanto y aguanto… Mi único consuelo es la escritura, me refugio en ella a menudo, aunque soy la única que lee lo que escribo. Por fin ha terminado mi turno. Salgo del trabajo y voy por el consabido camino de siempre, pero, para mi sorpresa, descubro algo distinto: Hay mucha gente aglomerada alrededor de un hombre. Me acerco y escucho su preciosa voz narrando un cuento de una forma tan entregada y con una entonación tan dinámica que la historia parece cobrar vida y aletear cual mariposa en sus labios. Cuando termina, todos aplaudimos efusivamente. A continuación, él recoge las monedas que le damos y agradecido se despide. El público se dispersa quedándonos los dos solos. A pesar de mi reticencia a hablar con desconocidos, le pregunto cuándo podré volver a e...