Cautivada
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Era feliz o eso
creía. Me levantaba muy temprano por la mañana para ir a la escuela. Allí
esperaba a mis alumnos: Cecilia, Carlitos, María, Manolito, Paulita y Pedrito.
Tenían entre siete y nueve años y se aplicaban bien a los estudios.
Había llegado a
la aldea hacía ya más de un año y supongo que aún no me había invadido la monotonía
y ranciedad de este lugar. Lo único que notaba es que aquí los días transcurrían
muy lentamente y tan calmados como un mar sin oleaje.
Después de las
clases, iba a mi cabaña y, en cuanto había terminado de limpiar y ordenarlo
todo, me ponía a leer hasta que comenzaba a atardecer. Ensimismada, cotemplaba
el sol anaranjado esconderse en el horizonte y las miles de estrellas que
poblaban el cielo al anochecer.
Antes de dormir,
y como en la aldea no había electricidad, tenía que encender la luz del candil.
Después de una cena frugal me iba a dormir a un camastro de hierro cuyos muelles
chirriaban horriblemente. Aún así, caía siempre en un sueño profundo y
reparador.
Sé que puede parecer extraño, pero esta vida sencilla y austera me gustaba. Quizá era porque
había pasado mi niñez y juventud en una plomiza y ruidosa ciudad y al venir aquí
había descubierto lo que era vivir bajo los colores infitinos de la naturaleza
y su musicalidad.
Ver a las
lagartijas esconderse, a las mariposas revolotear y a las liebres correr por el
valle... Oír cantar a los mirlos y a los ruiseñores… Todo aquello me hacía sentir
tan bien… Aunque echaba en falta tener a alguien a mi lado, pero comprendía que
en esa aldea sería difícil encontrar una pareja. Allí los únicos tres hombres
que no eran ancianos estaban casados y apenas venía gente de fuera.
Para mi sorpresa,
un día, justo cuando terminaron las clases, una voz masculina gritó
repentinamente:
―¿Alguien
quiere que le cuente un cuento?
Mis seis alumnos
gritaron al unísono:
―¡Yo!
Inmediatamente,
un hombre a quien no había visto nunca antes, empezó a narrar una historia
haciendo gesticulaciones y movimientos con sus musculosos brazos haciendo a
los niños reír.
Me acerqué
tímidamente. Su cara morena, sus ojos negros bajo las cejas espesas, su
barbilla angulosa, sus manos grandes llamaron mi atención así como su potente
voz y la energía que transmitía.
Por un momento,
mi imaginación voló: él, quizás, podría ser ese alguien con quien pasaría el
resto de mi vida. Pero el tiempo voló también y tuve que despertar de mi ensueño. El cuento había terminado y mis
alumnos estaban aplaudiendo efusivamente.
―Muchísimas
gracias ―dijo
el hombre haciendo una graciosa reverencia.
Los niños se
marcharon muy contentos y yo me quedé a solas con el forastero. Él me miró
sonriente mostrando sus dientes blanquísimos. Su sonrisa era muy hermosa,
increíblemente hermosa.
Le fui a dar una
moneda, pensando que se ganaba la vida así, contando cuentos, pero el hombre negó
con la cabeza:
―No,
por favor. Además usted ya me ha dado algo.
Desconcertada le
pregunté:
―¿El
qué?
―Su
atención.
―¿Mi
atención? ―balbuceé.
―Sí, los
niños me escuchan, pero los adultos nunca.
Un atisbo de
tristeza se reflejó en su mirada, y no quise echar más leña al fuego diciéndole
que no me había enterado de su narración (puesto que había estado pensando en
otras cosas…).
De pronto dijo:
―Lo
siento, no me he presentado. Soy Ramón, el nuevo herrero.
Sus palabras me
sorprendieron. «Así
que viene para quedarse»,
pensé esperanzada y le respondí:
―Yo soy
Matilda, la maestra.
―Encantado
―dijo y nos dimos la
mano.
Me agradó el
contacto y aquel hubiese podido ser el hermoso comienzo de una relación… Pero
se me habían olvidado las rígidas normas de los aldeanos. Y que de cualquier
cosita pequeña hacían una montaña.
Aquella misma
tarde los rumores se extendieron como la pólvora: “¡La Matilda ha hablado con uno
de fuera y para colmo le ha dado la mano!». Era inconcebible que una mujer sola hubiese
actuado de tal forma. Y durante varios días todas las lenguas afiladas, incitadas
sobre todo por la de Bernarda, la mujer más cotilla y odiosa que se pueda
imaginar, arremetieron contra mí.
Ramón, por su
parte, a pesar de su simpatía no fue bien recibido, pues los hombres le veían
demasiado guapo y charlatán. Así que no le permitieron trabajar en la fragua.
Por lo que, dos días después, Ramón vino a buscarme a mi cabaña para
despedirse. Pero yo, sintiéndome observada y temiendo perder mi empleo, decidí
no abrirle la puerta. Tan solo le dije adiós con la mano a través del cristal
de la ventana cerrada.
Él me miró con
los ojos apagados y se marchó cabizbajo bajo la lluvia que arreciaba con fuerza.
Los truenos eran espantosos y una indecible angustia se apoderó de mí. Deseé marcharme
con él, pero lo cierto es que aquí me quedé, cautivada por la naturaleza.
Con los días las habladurías se sosegaron aunque mi corazón no. Desde entonces, me pregunto constantemente si Ramón y yo habríamos sido felices juntos. Nunca lo sabré. ¿Ahora soy feliz? No lo sé. Mi única certeza es que ya nunca podré ver a un hombre cuya sonrisa puede igualar en belleza a cada atardecer en esta aldea sin futuro.
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¡RETO!! Con este relato participo en el homenaje a Miguel Delibes y su novela El camino en El Tintero de Oro. Esta vez Marta ha elaborado un fantástico artículo sobre el autor y su libro. Os animo a leerlo y a participar.
Aquí tenéis acceso al artículo, a los relatos participantes y a las condiciones del reto de escritura. Aunque se trata de un concurso y el plazo terminó el 15 de octubre, podéis participar en la modalidad fuera de concurso hasta el 26 de octubre.
¡Menuda historia, colega! 😲 La vida en esa aldea tiene una calma que engancha, pero hay giros inesperados que la rompen, dejando un buen sabor de boca y muchas ganas de saber más. 🌅🔥
ResponderEliminarJajajaja, sí, Lucila, lo cierto es que esa calma engancha, pero como dices hay giros inesperados que la rompen. Y nos recuerda el refrán: "No es oro todo lo que reluce". La protagonista no lo tiene nada fácil a pesar de vivir en esa plácida calma. ¡¡Muchas gracias por tu comentario!! 🩷
EliminarNo podría vivir rodeado de semejante gentuza. Espero que Matilda encuentre fuerzas y pueda.
ResponderEliminarDesgraciadamente, así es como han vivido y viven muchas personas, rodeadas de gentuza que solo busca entrometerse en la vida de los demás para hacer daño. Yo también espero que Matilda encuentre las fuerzas necesarias. ¡¡Muchas gracias por tu comentario!! 🩷
Eliminar¡Hola, Cristina!Has pintado un ambiente idílico y casi lírico, pausado y feliz, cautivada por la naturaleza, la tranquiliad que llama con cariñosos diminutivos a sus niños.
ResponderEliminar¡Pues maldito lugar dónde las habladurías de los ignorantes estropean el posible idilio de dos seres solitarios! Matilda está condenada a la soledad por su falta de iniciativa, supongo que eran otros tiempos, dónde la opinión pública en los medios rurales, imponen mucho
¡Lástima!
Un abrazo, Cristina, y gracias por tu invitación a ALIANZARA, mehe suscrito, que pena que mi tiempo sea tan restringido últimamente, la vida, por ahora, no me da pá más 😊
¡Hola, Tara! Pues sí, un ambiente idílico estropeado por esos ignorantes que condenan a Matilda a la soledad. Desgraciadamente, yo creo que esto sigue ocurriendo, sobre todo como dices, en los medios rurales.
EliminarMuchas gracias, por haberte suscrito a Alianzara. Espero que en algún momento puedas participar. Ahí estará este espacio a tu total disposición. ¡¡Muchas gracias por tu comentario!! 🩷
Hola Cristina, muy buena participación. Recreas el ambiente rural, con todo lo bueno que tiene (naturaleza) y con lo malo (pueblo chico, infierno grande). Me parece triste que esos dos no hayan tenido más tiempo para tratarse y hacer huesos viejos. Enhorabuena, muy buen trabajo. Saludos.
Eliminar¡Hola, Ana! Exacto, se trata de un ambiente que tiene algo muy bueno y algo muy malo. Pero a pesar de lo malo, la protagonista no quiere marcharse porque ama demasiado la naturaleza de ese lugar. A mí también me hubiera gustado que ella y el forastero hubiesen podido conocerse, pero la gente de la aldea no estaba dispuesta a permirlo. Aquí quería poner énfasis en el terrible mal que hacen esas personas que se dedican a meterse en las vidas a ajenas, a juzgar y a criticar. Por culpa de esas personas, un lugar idílico, puede convertirse, como bien dices, en un infierno grande. ¡Muchas gracias por tu comentario y saludos!
EliminarComo bien dices , no es oro todo lo que reluce. Aquella vida no era tan maravillosa, como se cree, o como se recuerda, tamizada por la memoria. De ser así, la gente no se habría ido a las ciudades.
ResponderEliminarNo me gustó que mo le abriera para despedirse. Las últimas veces son las últimas, y un maestro es slguien con poder en un pueblo así. Eso estuvo sl. pero como el pueblo, no es oro todo lo que reluce.
AbrZooo
Así es, Gabiliante, la maestra antes de que le sucediera el encuentro con el herrero, piensa que es feliz en esa aldea. Sin embargo, al conocer a Ramón, todo cambia porque Matilda se da cuenta de la dura realidad y que su vida está limitada por los aldeanos. Ella podría haber sido valiente y abrir a Ramón para despedirse de él, pero sabía que si hacía eso podrían despedirla de su trabajo, al igual que no permitieron al herrero trabajar. Tendría que haberse ido del pueblo. Es una decisión muy difícil, y Matilda no es valiente para enfrentarse a los/las caciques de la aldea. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarHola, Cristina. Tu relato plasma muy bien la dualidad que se vive a veces en comunidades tan pequeñas. La belleza y la calma del entorno frente a lo opresivas que pueden resultar. Muy buena historia. Dulce en la forma pero con un trasfondo muy amargo.
ResponderEliminar¡Hola, Marta! Me alegra que te haya gustado esta historia. Es justamente como lo describes: las comunidades tan pequeñas pueden ser realmente opresivas. ¡Te agradezco mucho tu comentario!
EliminarEsperaba un giro argumental que mostrara que había algo malo en ese lugar calmado.
ResponderEliminarY resultó ser el prejuicio, un vulgar chusmerío que alejó a esas dos personas.
Y por miedo a las opiniones ajenas, Matilda no le abrió la puerta a Ramón.
Bien contado. Un abrazo.
Sí, Demiurgo, en esta historia el giro lo da justamente ese chusmerío y Matilda teme tanto a las consecuencias de ignorarlo que no hace lo que realmente quiere hacer. Parece que hubiera sido fácil abrirle la puerta a Ramón, pero me pregunto cuántas veces las personas nos quedamos paralizadas ante la opinión ajena. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarHola Cristina. Un lugar hermoso y tranquilo pero con los ojos escrutadores detrás de las cortinas. Que rigen como hay que vivir. Bien contado. Un abrazo.
ResponderEliminarExacto, Ainhoa. Así es esta aldea en la que vive Matilda llena de "ojos escrutadores detrás de las cortinas" que lo dirigen todo. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarHola, Cristina. Buen relato. Con la rigidez y la cerrazón hemos topado. La pobre Matilda ha descubierto, a las malas, que no todo es tan bonito como parece en su lugar soñado. Yo soy un tipo de ciudad y no sé si algo habrá cambiado en los pueblos con la llamada globalización. Supongo que sí. Aunque ese comportamiento no es exclusivo del mundo rural, solo hay que pasarse por una reunión de escalera de una comunidad de vecinos cualquiera. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola, Enrique! Estoy totalmente de acuerdo contigo, ese comportamiento desgracidamente no es exclusivo del mundo rural. Al igual que tú vivo en la ciudad y a diario veo que hay mucha gente que se comporta así, siempre juzgando a los demás y metiéndose donde nadie les llama. En realidad, es algo más común de lo que a simple vista parece. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarHola Cristina,
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato, pero no entiendo por qué Matilda no salió corriendo detrás del herrero. Creo que lo que hace agradable un lugar, aparte de sus paisajes, son las personas que lo pueblan. Si alguien tiene que esconder sus verdaderas emociones por miedo a que le juzguen, por más que le guste el lugar donde vive, nunca se sentirá libre de ser quien es.
Un fuerte abrazo.
¡Hola, Estrella! Pues me parece muy interesante tu observación sobre la decisión de Matilda. Poniéndome en su lugar te respondo: ella es una mujer sola en una aldea donde impera el machismo y aún así ha conseguido un empleo como maestra. Piensa en que si Matilda se va detrás del herrero (un hombre a quien al fin y al cabo no conoce de nada) perdería todo por lo que ha luchado, además de no poder disfrutar de la naturaleza de ese lugar que la tiene cautivada. Parece una decisión fácil, pero en realidad no lo es. Aunque por supuesto que tienes toda la razón de que "esconder las verdaderas emociones por miedo a que te juzguen" es igual a no sentirte libre de ser quien eres. ¡Muchas gracias por tu comentario y un fuerte abrazo!
EliminarSí, "pueblo chico, infierno grande", pero lo peor es lo contagioso de la quietud. Un lago demasiado quieto termina convirtiéndose en pantano para quien no está alerta. De algún modo Matilde eligió una imagen donde se le den las cosas sin luchar, o sea, ya tiene mucho virus de inmovilidad en sí. Una pena, pero muy bien contado. Un abrazo
ResponderEliminarExacto, Juana, así es: esa quietud que puede parecer agradable al principio se termina convirtiendo en un pantano terrible que sume a la protagonista en una total inmovilidad. No es valiente, no es una heroína, solamente es una persona atrapada en un lugar hostil del que no desea escapar. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarHola Cristina. Las comunidades pequeñas siempre son nido de chismes y habladurías, muchos quieren saber del prójimo y se creen en el derecho de criticarlo y organizar su vida, aunque como en todos lados hay gente más abierta de mente y otros menos, incluso las comunidades más pequeñas no son homogéneas en cuanto al sentir y el pensar. Es curioso que la peor enemiga de Matilda sea otra mujer, la Bernarda, y que finalmente el mayor damnificado por las actitudes de los demás sea Ramón, que en tan solo dos días no lo han dejado ejercer de herrero por guapo y charlatán. Matilda al fin y al cabo es esclava de su propia decisión y con ella, al no querer siquiera despedirse de Ramón por miedo a las habladurías y pasando por encima de su propia conciencia y deseos, sella su destino al poner su vida definitivamente a disposición de los y las envidiosos y manipuladores del pueblo. Muchas veces creemos que escondiéndonos nos irá mejor, cuando suele ser que hacernos respetar viene a ser la mejor opción. Esta es al menos mi reflexión. Espero que el paso de los años le hayan hecho ver a Matilda que no debe dejar escapar la próxima oportunidad, si es que se le presenta. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola, Jorge! Estoy totalmente de acuerdo en todo lo que dices. Especialmente interesante me parece lo que comentas: "Matilda al fin y al cabo es esclava de su propia decisión y con ella, al no querer siquiera despedirse de Ramón por miedo a las habladurías y pasando por encima de su propia conciencia y deseos, sella su destino al poner su vida definitivamente a disposición de los y las envidiosos y manipuladores del pueblo". Así es, sin duda. El miedo la paraliza y la lleva a actuar al contrario de como desea. Y tu reflexión me parece muy buena: "Muchas veces creemos que escondiéndonos nos irá mejor, cuando suele ser que hacernos respetar viene a ser la mejor opción". También es la mía. Yo también espero que Matilda se de cuenta de esto y que para la próxima no deje escapar su oportunidad. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
EliminarEs un cuento precioso... Una oportunidad perdida... para siempre.
ResponderEliminarMe encanta todo el tono de la protagonista, ya se capta que al conocer al hombre su mundo interior se dividió en dos (el amor o.. su vida ya asentada).
Un aporte de categoría!
Abrazos!
Muchísimas gracias, Maite, me alegra que te haya gustado. Es así, tal cual lo describes: "al conocer al hombre su mundo interior se dividió en dos (el amor o.. su vida ya asentada)". Esa era su decisión que a primera vista puede parecer sencilla pero que en realidad no lo es. Te agradezco mucho tu comentario. ¡Abrazoos!
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