El baile
Imagen de Sunny Daye en Pixabay |
Un ruido me despertó de madrugada. Me levanté de la cama para ir a ver qué ocurría. Lancé una maldición al comprobar que no había luz. Encendí una vela y llevándola conmigo, bajé despacio y temblorosa las escaleras hasta el salón. Los peldaños de madera crujían desagradablemente bajo mis pies. Enseguida descubrí que la ventana del salón estaba abierta. Una fuerte ráfaga de viento agitó las cortinas, apagó la vela y me heló los huesos.
Rápidamente cerré
la ventana y, tras volver a encender la vela, inspeccioné hasta el último rincón
de la casa. Allí no había nadie. Suspiré aliviada pensando que no se trataba
más que del viento. Pero, una vez que hube subido las escaleras y regresado a
mi habitación para tumbarme en la cama, volví a escuchar un ruido, esta vez acompañado
de una voz de ultratumba.
―Alicia…
ven… ―Al oír
mi nombre pronunciado por aquella voz me estremecí.
Bajé las
escaleras con el corazón golpeándome en el pecho violentamente y vi que la
ventana se había vuelto a abrir. El viento me sacudió otra vez helándome
espantosamente. Iba a cerrar la ventana, pero me detuve en seco cuando oí de
nuevo aquella tenebrosa voz.
―Alicia…ven…
―¡¿Quién me habla?! ―grité desesperada, mirando hacia
todas partes, pero sin lograr ver a nadie.
Entonces el viento agitó de nuevo las cortinas e hizo flotar en el aire a una carta que había sobre la mesa del salón y seguidamente la llevó hasta mí
dejándola caer a mis pies. La recogí con las manos temblorosas. Era la carta
sin remitente que había recibido aquella misma mañana. Dentro del sobre tan
solo había una nota que decía:
«Esta
noche habrá un baile, la invitamos a que se una».
Nada más, ningún nombre ni firma. Me había intrigado
mucho y había estado pensando en ese misterioso mensaje durante largo rato,
hasta que llegué a la conclusión de que debía tratarse de algún error. Pero
ahora… ¿Qué demonios significaba? ¿Una broma de mal gusto, quizás?
En ese momento la puerta se abrió de dentro hacia afuera de
golpe y el viento que continuaba danzando por todo el salón, me empujó
violentamente por la espalda obligándome a salir afuera.
El espectáculo que vi, me hizo gritar aterrada:
¡Había muchísimos esqueletos humanos bailando en mi
jardín! La luz de la luna llena lo iluminaba todo de una forma extraordinaria. Y
no sé cómo, pero me pareció que las calaveras de dichos esqueletos sonreían. ¿Podía
ser un esqueleto feliz? Bailaban al son de una melodía tétrica y bella a la
vez. Enseguida vi que uno de los esqueletos tocaba el violín. ¡Y de qué manera,
parecía un virtuoso!
Mi corazón latía frenéticamente y pensé que me daría un
infarto, cuando el viento empezó a zarandearme moviéndome como si fuese una
marioneta. ¡Una marioneta que empezó a bailar junto a todos aquellos
esqueletos!
Al principio me resistí, pero después me dejé llevar y,
finalmente, terminé bailando por mí misma y también sonreía, porque me sentía
bien. Tan bien que no me di cuenta de que me había convertido en una más entre
todo ese amasijo de huesos danzantes. Al percatarme de ello, grité horrorizada,
pero ya se sabe que de la muerte no se puede escapar por mucho que grites.
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