El espíritu de Iria
Hacía tiempo que
la muerte nos había separado, concretamente cuatro años, pero ahora Iria había
resurgido de entre los muertos y, situada frente a mí, me miraba con una mirada
cargada de odio.
Era de noche y estaba
solo en mi oficina terminando el informe que tenía que haber entregado aquella
misma tarde, pero que entre unas cosas y otras no había podido terminar. Y por
eso, a pesar de ser un treinta y uno de diciembre, en el que todo el mundo
estaba de fiesta, yo continuaba trabajando sin parar.
Fue al apartar la
mirada de la pantalla del ordenador un momento para descansar, cuando la vi. Vi
a Iria en la distancia, apenas alumbrada por la débil luz de la lamparilla de
mi escritorio. Parpadeé varias veces, creyendo que estaba teniendo una
alucinación. Pero no, Iria era real y estaba allí, mirándome fijamente con sus dos
grandes ojos verdes.
Recordé el día
que mi hermano mayor la trajo a casa: una gatita muy pequeña que enseguida
empezó a llevarse todos los mimos y atenciones que antes habían sido
completamente míos. Yo tenía solo seis años y un odio profundo comenzó a
adueñarse de mí.
Recordé cómo intentaba
acercarme a ella con crueles intenciones, pero era prácticamente imposible
porque siempre estaba protegida por mi madre, mi padre o mi hermano. Sin
embargo, cuando Iria creció todo cambió, y tuve muchas más oportunidades para
acercarme a ella, incluso para estar a solas los dos. Y ahí aprovechaba para
mortificarla: le tiraba de las orejas, de los bigotes, del rabo, le gritaba
para asustarla…
Sorprendentemente,
Iria nunca me mordió ni me arañó ni me bufó. A mí eso me hacía más gracia
porque pensaba que me tenía miedo y que por eso no me hacía nada. Y así se
terminó convirtiendo en mi víctima y yo en su agresor día tras día, sin que
nadie se enterase.
Ahora, en la
penumbra de la oficina, tuve la seguridad de que algo había cambiado en Iria. La maldad parecía haberse apoderado de ella. En
ese momento, cuando arqueó su lomo y echó sus orejas hacia atrás sin dejar de
mirarme fulminantemente, temblé de pies a cabeza.
Recordé que de
niño nunca le había temido y, sin embargo, ahora de adulto un miedo atroz se
había apoderado de mí. Aun así me levanté de la silla despacio calculando cómo
defenderme. Solo contaba con mis manos. Entonces Iria soltó un bufido terrible,
arqueando aún más su lomo. Parecía estar dispuesta a lanzarse sobre mí.
Por suerte el
despacho de mi jefe estaba a unos diez pasos de distancia. Salí corriendo hacia
allí, entré y cerré la puerta de golpe. Encendí la luz y permanecí encerrado sin
apenas moverme. De repente oí los gritos de la gente celebrando la entrada del
año nuevo. A mí me importaba muy poco la celebración, lo único que me importaba
era que aquella gata infernal no me atacase.
Pensé en pasar en
el despacho toda la noche, albergando la esperanza de que con la llegada del nuevo día, Iria
habría desaparecido. Y estaba en estas cavilaciones cuando, repentinamente, la luz
del despacho se apagó, la puerta se abrió sola e Iria entró con sigilo
situándose de nuevo frente a mí.
Mi corazón
golpeaba mi pecho con una fuerza espantosa y el sudor recorría mi frente. Iria
me tenía acorralado, y se acercaba lentamente hacia mí. La luz de la luna
iluminó su silueta y entonces pude ver sus largas y afiladas uñas y sus puntiagudos
colmillos asomando en su boca entreabierta.
Saltó hacia mi
cara y apenas me dio tiempo a protegerme con el brazo en el cual clavó sus uñas
y después clavó sus colmillos. Grité de dolor y traté de zafarme de ella, pero
cuanto más lo intentaba más se hundían sus garras y sus colmillos en mi carne.
Empecé a llorar
como un niño y le pedí perdón por todo lo que le hice desesperado, y entonces ella
desapareció. Incrédulo de que se hubiese marchado, miré mi brazo totalmente ensangrentado. No sabía qué hacer. Hasta que al final reaccioné, y llamé a
urgencias.
Vino una
ambulancia y me llevaron al hospital. Tuvieron que darme puntos en las
múltiples heridas del brazo. Cuando los médicos me preguntaron qué me había
ocurrido les dije que un gato callejero se había colado en la oficina y me
había agredido. Los médicos se miraron entre sí con extrañeza, pero no dijeron
nada.
Cuando mis
familiares llegaron les expliqué lo mismo que a los médicos. Nadie parecía
creerme pero me creerían menos aún si les decía la verdad. Además si les contaba
la verdad sobre Iria también les hubiera tenido que contar la verdad sobre mí.
Y no deseaba que descubrieran la maldad que siempre he albergado en mi interior,
aun siendo solo un crío.
Ahora, cada vez
que miro las cicatrices de mi brazo, pienso en que todo lo malo que haces
termina volviéndose contra ti tarde o temprano.
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Con este relato participo en el VadeReto del mes de mayo propuesto por JascNet en su blog Acervo de Letras. El reto consiste en escribir un relato de terror protagonizado por un animal. Más información aquí.
Iria le dio su merecido a ese humano. Las maldades no pueden quedar impunes.
ResponderEliminarSí, estoy convencida de que todas las maldades se terminan pagando de una forma u otra. Muchas gracias por tu comentario!!
EliminarHola, Cristina.
ResponderEliminarA pesar de lo que me comentaste en el Acervo, el relato cumple perfectamente con todos los requisitos del VadeReto. Es más, lleva imbuido ese carácter de terror con moraleja que tanto nos gusta, porque esa frase final es maravillosa.
Tu relato, además, nos recuerdas esa célebre frase de Immanuel Kant: «Se puede juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales».
Muy acertada, también, la metáfora de hacer coincidir la escena con el fin de año, para hacer hincapié en el cambio de actitud del protagonista; a partir de ahora, sus cicatrices, pueden hacerle mejor persona.
Enhorabuena, has escrito una historia de terror, con fantasma y venganza, impregnada de reflexiones entre líneas. Muchas gracias por la participación.
Un Abrazo grande.
Hola, Jose Antonio!!
EliminarMe alegra que este relato se ajuste a los requisitos del VadeReto y me alegra que te haya gustado la frase final :)
Esa frase de Kant «Se puede juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales», es una de mis preferidas. Creo que es una gran verdad.
Me gusta cuando acaba un año y piensas en los nuevos propósitos para el año nuevo. Y el mejor propósito de todos es luchar por ser una mejor persona, al protagonista puede que esta mala experiencia le ayude a conseguirlo :)
Te agradezco mucho la propuesta de escritura si la cual este relato no habría nacido y, por su puesto, te agradezco tu generoso comentario.
Un fuerte abrazo!!
Cuánto me alegro de tener una perra y no un gato. Bien llevada la escena del ataque, realmente una se pone en la piel del protagonista y sí que da miedo. Buena aportación Cristina. Un abrazo!
ResponderEliminarlady_p
Sí, los gatos son muy vengativos XD. Me alegra haber conseguido transmitir miedo a través de esta historia. Muchas gracias, lady_p, por tu comentario y un abrazo!!
EliminarParece ser que lo malo vuelve, como un boomerang! Iria se cobró su venganza!
ResponderEliminarEs habitual que en la infancia algunos niños saquen su parte más violenta y sádica, pagándolo con los animales. Supongo que en la mayoria de casos al crecer ese sentimiento se desvanece. Y quiero pensar que así sea! Me ha gustado tu relato, Cristina! Un abrazote!
Desde luego, Marifelita, que lo malo se volvió contra el protagonista como un boomerang. Es cierto lo que dices y pienso que los celos en los niños suelen ser uno de los motivos por los que pueden llegar a ser muy crueles. Pero en el caso del protagonista de esta historia, cuando creció no dejó de ser cruel. Por eso Iria regresó no solo para vengarse sino para darle una lección. Me alegra mucho que te haya gustado este relato. Muchas gracias y un abrazote para ti también!!
EliminarYo voto por pesadilla sicosomatica.
ResponderEliminarNo se indica cómo eran las heridas pero queda claro Atraves de los sanitarios que no eran las producidas por el ataque de un gato.
Cambio. Cuadra más autolesion por remordimiento. Coincide con el balance d3 fin de año ( seguramente lo wue estaba haciendo a esa hora en la empresa el día de fin de año.) y son fácilmente reconocibles por los sanitarios.
un abrszo
Lo cierto es que no había pensado en lo que comentas, que fueran autolesiones. Lo que quería transmitir es que eran unas heridas tan profundas y grandes que a los sanitarios les causó extrañeza que hubieran sido producidas por un gato.
EliminarEn cualquier caso, tu interpretación también me parece factible y muy interesante, porque quizás el remordimiento fue lo que le llevó a autolesionarse. ¿Quién sabe? Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!!
Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ánxela. Me alegra mucho que te haya gustado!!
EliminarHola Cristina, dicen que quien la hace la paga y Iría tuvo su momento. Estupendo aporte al VadeReto. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Nuria!! Sí, Iria sin duda tuvo su momento. Fue tardía pero segura. Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!!
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