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El baile

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Imagen de  Sunny Daye  en  Pixabay Un ruido me despertó de madrugada. Me levanté de la cama para ir a ver qué ocurría. Lancé una maldición al comprobar que no había luz. Encendí una vela y llevándola conmigo, bajé despacio y temblorosa las escaleras hasta el salón. Los peldaños de madera crujían desagradablemente bajo mis pies. Enseguida descubrí que la ventana del salón estaba abierta. Una fuerte ráfaga de viento agitó las cortinas, apagó la vela y me heló los huesos. Rápidamente cerré la ventana y, tras volver a encender la vela, inspeccioné hasta el último rincón de la casa. Allí no había nadie. Suspiré aliviada pensando que no se trataba más que del viento. Pero, una vez que hube subido las escaleras y regresado a mi habitación para tumbarme en la cama, volví a escuchar un ruido, esta vez acompañado de una voz de ultratumba. ― Alicia… ven… ― Al oír mi nombre pronunciado por aquella voz me estremecí. Bajé las escaleras con el corazón golpeándome en el pecho violentamente y vi que la

Sin corazón

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Carta :   Dixit . Dado:  Story cubes . Aseya mezclaba pociones y recitaba conjuros sin descanso. Le faltaba el corazón, pues se lo había regalado a la joven a la que amaba, pero esta lo había pisoteado burlándose de sus sentimientos.     La rabia de la alquimista era tan grande, que planeó vengarse: bajo la apariencia de una encorvada y vieja mujer, le ofrecería a la desdeñosa joven una manzana maléfica para que, tras morderla, cayera en un profundo sueño eterno.    Así lo hizo, y cuando tuvo a la joven a sus pies tendida sobre el suelo, Aseya sonrió con malicia y allí la dejó durmiendo para siempre.  ⚊•⚊∘⚊•⚊∘⚊•⚊∘⚊•⚊∘⚊•⚊∘⚊•⚊ ¡¡¡RETO!!!   Con este microrrelato participo en el reto del mes de octubre, propuesto por   Lídia Castro Navàs . Estas son las condiciones: Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la   carta . En tu creación debe aparecer el dado:   una manzana.   Para más información haz clic en  Escribir Jugando . 

El regreso musical

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Imagen de  Pexels  en  Pixabay Llevábamos sin hablarnos cinco largos años. Fui yo quien decidió separarse de él, porque no le aguantaba más. Los dos tenemos caracteres muy fuertes y siempre estábamos discutiendo. Primero llegó la ruptura sentimental, pero con ella nuestras discusiones no solo no cesaron sino que aumentaron. Por eso decidí romper musicalmente también. Sin embargo, hace una semana él me llamó diciéndome que quería regresar a los escenarios conmigo. Me explicó que quería sentir el calor del público otra vez y que solo a mi lado lo conseguiría. Estuve a punto de colgarle, pero no fui capaz.  Tras separarnos, ambos iniciamos nuestras carreras en solitario, sin éxito alguno. Nuestros fans querían que volviéramos a cantar juntos, que volviéramos a ser el dúo que habíamos sido antes de que yo me fuera. Tras un largo silencio, admití que me ocurría lo mismo que a él y, después de una breve conversación, acordamos llamar a todos nuestros amigos y a algunos de nuestros fans

Cautivada

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Imagen de  ekrem  en  Pixabay Era feliz o eso creía. Me levantaba muy temprano por la mañana para ir a la escuela. Allí esperaba a mis alumnos: Cecilia, Carlitos, María, Manolito, Paulita y Pedrito. Tenían entre siete y nueve años y se aplicaban bien a los estudios. Había llegado a la aldea hacía ya más de un año y supongo que aún no me había invadido la monotonía y ranciedad de este lugar. Lo único que notaba es que aquí los días transcurrían muy lentamente y tan calmados como un mar sin oleaje.    Después de las clases, iba a mi cabaña y, en cuanto había terminado de limpiar y ordenarlo todo, me ponía a leer hasta que comenzaba a atardecer. Ensimismada, cotemplaba el sol anaranjado esconderse en el horizonte y las miles de estrellas que poblaban el cielo al anochecer. Antes de dormir, y como en la aldea no había electricidad, tenía que encender la luz del candil. Después de una cena frugal me iba a dormir a un camastro de hierro cuyos muelles chirriaban horriblemente. Aún así

La lengua de los otros

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  Imagen de  Pexels  en  Pixabay Caminábamos yo y los otros que estaban muy alejados de mí. En realidad, físicamente estaban cerca, pero hablaban otra lengua diferente, una que yo no entendía ni quería entender. Y así era como en ese desierto lleno de gente, pero solitario para mí se me pasaba la vida, cada vez más hundida en la tristeza. Hasta que una mañana, nada más despertarme, bajo el sol abrasador, pensé que no podía seguir así. Me convencí de que debía esforzarme por comprender. Y así fue como empecé a aprender la lengua de los otros, a pesar de que ellos no mostraban ningún interés por aprender la mía. Y aunque por el día hablaba, reía, bailaba, tocaba música con los demás y eso me hacía sentir bien; cuando llegaba la noche, lloraba porque me sentía terriblemente sola e incomprendida. Además, con el paso del tiempo, me di cuenta de que la lengua de los otros ya no escondía secretos para mí y se había vuelto tan mía, que había empezado a olvidar mi propia lengua, la que tanto

Una isla perfecta

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Estoy cansado de que los demás siempre me estén recomendando que siente la cabeza. ¿Qué más les da lo que haga? ¿Por qué tienen que darme sus opiniones? Me gusta mi vida tal y como es. Hago lo que quiero cuando quiero. No tengo que darle explicaciones a nadie. Salgo con mujeres bonitas, pero sin comprometerme con ninguna. Y aunque romper con ellas es algo desagradable, sobre todo porque suelen llorar o incluso insultarme, es soportable porque a cambio preservo mi independencia. Vivo solo en mi apartamento, tengo dinero de sobra por lo que no tengo que trabajar… ¿qué más puedo pedir? Nunca me preocupo por nadie, más que por mí mismo. Soy una isla perfecta. Pero no estaría dandole vueltas a todo esto si no fuera por Marcus, ese niño tan extraño. No sé, siento que me está cambiando la vida de alguna manera que aún no logro entender. Esta tarde llamó al timbre de la puerta de mi casa. Cuando le abrí unos niños le acosaban tirándole caramelos. Tuve que espantar a esos pequeños diablos y

Hijos perdidos

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Se sentía muy sola. Sus cuatro hijos, ya adultos todos e independizados, la culpaban porque su padre los hubiera abandonado siendo niños. Elvira los echaba de menos porque nunca los veía. No la visitaban ni siquiera en las fiestas navideñas. Y jamás contestaban sus llamadas telefónicas. A sus setenta y dos años, Elvira lloraba cada día y, aunque gozaba de una buena salud, no podía soportar tanta soledad. Había disfrutado de la compañía de un gato durante varios años, pero cuando murió, ya no tenía fuerzas para cuidar de ningún otro animal. Se conformaba con sus geranios a quienes a veces hablaba cariñosamente. Pero no, no era lo mismo que hablar con el gato y tampoco era lo mismo que hablar con sus hijos. Los recuerdos felices del pasado le venían a la cabeza continuamente y la soledad en la que ahora estaba inmersa la torturaba cruelmente. Hasta que un día vio a su exmarido. Tenía dos años más que ella y allí, en el supermercado se encontraron frente a frente los dos. Ambos temblaron