Amor verdadero
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Imagen de Brigitte Werner en Pixabay Íbamos Miguel y yo cogidos de la mano a la feria del pueblo. A él le encantaba y a mí, la verdad, me aburría soberanamente. De hecho, me agobiaba el bullicio de la multitud, no conseguía digerir la comida basura de los tenderetes y no podía subirme a las atracciones porque me mareaba. En cambio, Miguel disfrutaba muchísimo, especialmente con las atracciones a las que subía una y otra vez. Y yo, que pretendía no ser egoísta, hacía el gran esfuerzo de sentirme feliz por él. Incluso le guardaba la cola de la siguiente atracción a la que quería subirse para que perdiera el menor tiempo posible esperando. Aunque he de decir que no salió de mí aquella idea, sino que él me lo “pidió”, o más bien, hablando con propiedad, me lo ordenó expresamente. Y como nunca le negaba nada ahí estaba yo, sola, esperando en la cola de la noria. En la feria no había nada que hubiera llamado mi atención, hasta que de repente, a pocos pasos de mí, vi una caseta p